A punto de inaugurar un nuevo capítulo de la saga cuatrianual más importante del deporte mundial, hacemos evocación de uno de los momentos más emocionantes del evento olímpico; el encendido del pebetero, el cual iluminará el esfuerzo de los atletas durante dos apasionantes semanas en las que se pondrán a prueba los años de entrenamiento y el sacrificio de cientos de deportistas y entrenadores así como la organización de un pueblo que, por 3ª vez, presenta unos J.J.O.O.
La llama olímpica evoca la leyenda del titán Prometeo, quién habría robado el fuego divino a Hefesto para entregarlo a los mortales. Esta llama representa la chispa divina, proveniente del sol, en virtud de la adoración de los griegos hacia los astros y simboliza, a la vez, la divinidad del hombre, el cual tiene como destino convertirse en su propio dios.
En la antigüedad, el fuego era considerado sagrado por muchos pueblos. Debido a su importancia, en muchos templos se mantenían las llamas prendidas permanentemente. En el templo de Hestia, localidad griega de Olimpia, se originó la tradición de conservar un fuego encendido durante los antiguos Juegos Olímpicos. En esas ceremonias, los sacerdotes encendían una antorcha que se entregaba al atleta que venciera una carrera, ganando éste el privilegio de prender un altar donde se ofrecían sacrificios a Zeus. Durante el resto de los Juegos, el fuego se mantenía ardiendo como homenaje al padre de los dioses.
La antorcha olímpica es uno de los símbolos más reconocibles de los Juegos Olímpicos. Pero así como Pierre de Coubertin ideó, en el origen de los Juegos, el emblema, bandera y juramento olímpicos, la llama tardó 3 décadas en hacer su aparición.
De cierta manera, su nacimiento podría considerarse casi como fortuito, pues partió de la idea del arquitecto holandés Jan Wils, que en su diseño del estadio olímpico de Amsterdam 1928 incluyó una torre y se le ocurrió que podría situarse un pebetero sobre ella, para encender una llama que ardería mientras durasen los Juegos. En la ceremonia de apertura, un empleado de la empresa eléctrica local prendió por primera vez la llama de los Juegos Olímpicos en la llamada entonces Marathontower.
4 años más tarde, en Los Angeles, en una fastuosa producción inaugural, dirigida por el director de Hollywood Cecil B. De Mille, volvió a iluminarse una llama, aunque sin un acto especial de encendido. Pero durante la ceremonia de clausura se institucionalizó el fuego olímpico al presentar la siguiente cita del Barón de Coubertin:
"Que la Antorcha Olímpica siga su curso a través de los tiempos para el bien de la humanidad cada vez más ardiente, animosa y pura."
Todo el ritual que vemos con emoción en la actualidad tiene su origen en las Olimpiadas de Berlín de 1936, cuando el Dr. Carl Diem, uno de los responsables de aquellos juegos y al que los nazis habían querido expulsar por sus vinculaciones judías, descubrió, en sus investigaciones, la tradición de que el fuego sagrado fuera encendido por el vencedor de una carrera hacia el altar de Zeus Olímpico. Así, fue idea suya que una sacerdotisa encendiera la llama olímpica y que se transmitiera de antorcha en antorcha en una larga carrera de relevos, de forma que cuando llegase a Berlín fuera portadora de alguna forma de pureza sagrada. Este concepto fue prontamente avalado por Josef Goebbels, dignatario del régimen nazi y regente de propaganda del Reich, y del resto de los jerarcas nazis, aficionados a rituales paganos y esotéricos, que veían en la Antigua Grecia uno de los orígenes del 3er Reich.
Según la historia, el pueblo de los dorios llegó a Grecia desde el norte hacia el año 1200 AC y fue fundamental para la manifestación de su civilización. Para los nazis, si llegaron del norte es que eran germánicos. Según ellos, por asociación, los Juegos eran germánicos, porque eran griegos, y la civilización griega era, en principio, germánica.
Goebbels, aprovechando la coyuntura política, lo vio como elemento básico para reivindicar la germanidad de unos Juegos que antes había llamado “infame festival judío” y acogió la idea de Diem de hacer que 3422 atletas arios recorrieran los 3422 km que distanciaban el templo de Hera, en el Monte Olimpo, y Berlín. El pebetero, un altar rodeado de toda la iconografía nazi, fue encendido por el atleta Fritz Schilgen, elegido por la perfección de sus rasgos nórdicos. De esta forma, se inició una tradición que ha durado hasta nuestros días.
Pasada la debacle de la II Guerra Mundial, la tradición del encendido en Olimpia y su viaje a la sede fueron recuperados, siguiendo las bases erigidas por las ideas de Diem, omitiendo, claro está, la carga ideológica.
Unos meses antes de cada realización de los Juegos Olímpicos, frente a las ruinas del templo de Hera en Olimpia, la llama se enciende en una ceremonia que pretende volver a vivir la pureza y religiosidad de la Antigüedad.
La ceremonia está protagonizada por mujeres vestidas con túnicas que representan a sacerdotisas de Hestia, quienes, de pie frente al Templo de Hera, de 2.600 años de antigüedad, y después de una invocación a Apolo, colocan una tea en la concavidad de un espejo parabólico que concentra los rayos del Sol y enciende el fuego que marcará el inicio de una nueva versión de los juegos.
Acto seguido, la llama se transfiere hacia una urna que se traslada hasta el lugar del antiguo estadio Panathinaikos. Ahí la llama se usa para encender la antorcha olímpica, acarreada por el atleta que hará el primer recorrido del viaje que finalizará, mediante sucesivos relevos, en el estadio olímpico.
Si de verdad que es emotivo ese momento.
ResponderEliminarEsta de Londers 2012 fue bien bonita y creativa,
y mi favorita de las que recuerdo, Barcelona 1992, con el arquero y su flecha de fuego.