Ya en Europa finalizaron los campeonatos nacionales de fútbol donde la emoción estuvo disgregada entre las definiciones de campeonato, la obtención de cupos para las competiciones continentales y la lucha por evitar el descenso a las categorías inferiores.
Poco más o menos, con algunas excepciones, todos los años se repiten historias similares, pero lo que sí se diferenció sobremanera esta temporada es la marcada polarización entre los líderes y el resto de los equipos de las ligas.
Poco más o menos, con algunas excepciones, todos los años se repiten historias similares, pero lo que sí se diferenció sobremanera esta temporada es la marcada polarización entre los líderes y el resto de los equipos de las ligas.
En las recién finalizadas competencias hemos podido seguir las impresionantes campañas del Barcelona y Real Madrid en España, el Chelsea y el Manchester United en Inglaterra, El Bayern Munich en Alemania, el Inter y la Roma en Italia y los Olympique de Marsella y Lyon franceses.
Pudimos ver una diferencia de hasta 25 puntos entre el segundo y tercer clasificados en el país hispano y de 10 puntos entre las mismas posiciones en la bota itálica. Esto me lleva a retomar una idea discurrida hace pocos años por aires europeos que pudiera tener vigencia en esta época: la Superliga de Europa.
Los grandes capitales industriales y económicos del mundo, con mención especial en los provenientes de los magnates rusos, están adquiriendo la mayoría de las acciones de los conjuntos más renombrados del viejo continente (aunque también incurren en otras latitudes y disciplinas). Esto apunta a que estos nuevos propietarios realizan fortísimas inversiones en la adquisición de los mejores técnicos y jugadores que proyectan el rendimiento de estos “afortunados” equipos en detrimento de los que no pueden, ni en sueños, invertir competitivamente creando una enorme brecha en las clasificaciones y en el interés de la afición.
A principios del ciclo 2009-10 nos asombramos de la danza de dinero que se exhibió con los más costosos fichajes de la historia e intuimos que el capital de aproximadamente una docena de equipos en Europa sobrepasa con creces las economías de varias decenas de países en el mundo. Entre otras consecuencias, lo anterior crea malestar en las canteras de jugadores que ven mermadas sus oportunidades en sus respectivos clubes de origen por la llegada de personajes foráneos, ya sean veteranos o en calidad de prospectos, los cuales paralizan el desarrollo canterano, otrora fuente de grandes jugadores que inundaban los campos de sus concernientes países y proporcionaban calidad a sus selecciones nacionales. Caso típico actual es el Inter de Milán, en cuyo encuentro de semifinal europea frente al Barcelona no alineó a un solo italiano en sus filas.
Por ello, la creación de una Superliga continental ya no se ve tan lejana. En ella se conjugarían los equipos de la región que mantienen una diferencia marcada con sus connacionales y que estarían en capacidad de costear grandes fichajes y enormes gastos logísticos. Pero aún tendría muchos flecos a tener en cuenta, como las repercusiones en las competencias del continente verbigracia la Champions y la Europa League, el acaparamiento de los mejores jugadores del orbe, el acceso y desincorporación de conjuntos, la concepción de normativas consensuadas que regulen el funcionamiento de la nueva liga y, a la vez, la de las competiciones nacionales remanentes donde, a mi parecer, debería obligarse a mantener un cupo fijo de jugadores vernáculos en sus nóminas. Esto con la finalidad de desarrollar el talento joven y mantener la continuidad generacional.
Una superliga con un formato como la MLS o la NBA, con equipos fijos, con la condición de revisar el intercambio de equipos cada cierto lapso de tiempo parece ser el norte del balompié en la Europa cercana. En caso contrario, y si se mantiene este ritmo de centralización de talentos, veremos con mayor frecuencia a los mismos clubes en la cúspide de las tablas de clasificación lo que derivará en la pérdida de la pasión del público y notorio detrimento del espectáculo.
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